domingo, 3 de julio de 2011

Don a través de su familia


Estados Unidos, marzo de 1960. La televisión, la familia atómica y el consumo extra-large sumergen a la sociedad estadounidense en un estilo de vida basado en las apariencias, en tratar de demostrar ser más a través de lujosas casas, autos carísimos y empleadas domésticas. Es la época de los melodramas de Douglas Sirk, la guerra fría pero sobre todo, de la silenciosa ruptura del modelo americano. Desde adentro, se sentía el olor a podrido pero todo estaba bien porque lo tapaban con whisky y cigarrillos.

Era un momento de glamour para los ejecutivos, de emborracharse de éxito y lujos. Este es el contexto de Don Draper, un Mad Men de la agencia Sterling Cooper. Desde su óptica, el espectador se sumerge en esa época, y conoce su lado menos amable. El protagonista está casado con una modelo devenida a ama de casa. Es padre de una nena y un nene. La casa, ubicada en las afueras de Nueva York, está provista de tele, heladera, lavarropas y un living bellísimo con tocadiscos.

Don tiene con Beths (January Jones), un matrimonio difícil. Si fueran contemporáneas, Grace Kelly sentiría envidia. Elizabeth es fina, elegante y preciosa pero muy fría. Aquí, una de las cenas de la familia.

El Sr. Draper le regala a su esposa un reloj bañado en oro para que sepa que no le falta nada en la vida y que ir al psicólogo (porque a Betty se le acalambran las manos de los nervios) es una pérdida de tiempo. Cuando se da cuenta que es una bomba a punto de estallar, accede, pero oh, se cree con el derecho de hablar con el terapeuta para ver qué le cuenta en las sesiones. Por supuesto el secreto profesional en esa época distaba del actual, más con la billetera del publicista de por medio.

Don quiere que su mujer esté en su casa, cuide a sus hijos y se vista muy recatada. Una imagen que enardece: Betty le muestra a Don cómo le queda un bikini amarillo, él se enoja y le ordena que no se lo vuelva a poner.

Elizabeth Draper



Betty es tan difícil de descifrar como su marido. Es el ama de casa típica de las publicidades de esos tiempos, con sus vestidos campana y sus peinados platinados. Tiene el suficiente confort para no ensuciarse las manos pero está agobiada y es infeliz porque más allá de todo su sueño es ser modelo y más allá de la familia, ella anhela una relación con Don que no puede concretar. Porque él la tiene de figurita y no quiere más que eso. Elizabeth Draper es el símbolo de la mujer perfecta para el hombre de esa época, ideal para adornar el living, el comedor y para estar mirando la tele.

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El vestuario

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